Wednesday, November 01, 2006

EE.UU.: los ultraconservadores boicotean a Ford por hacer publicidad en revistas gays


Las posiciones parecen irreconciliables. Una coalición ultraconservadora de los EE.UU. renovó su boicot contra el fabricante estadounidense de automóviles Ford Motor Company a manera de queja por las publicidades que, desde hace un tiempo, la firma viene publicando en revistas que defienden los derechos de los homosexuales. La American Family Association (AFA) declaró que renovaba su llamado a boicotear al fabricante por su negativa a permanecer "neutro" en la polémica sobre el casamiento entre personas del mismo sexo y por haber roto su promesa de no pautar en publicaciones homosexuales.

En total, son 19 los grupos conservadores que se sumaron al boicot, (y crearon un sitio web para ello) que se extenderá durante un año. ¿Qué dice la automotriz? Kathleen Vokes, portavoz del grupo automotor, declaró que "Ford es fiel a sus tradiciones de tratar a todas las personas con respeto" Y agregó: “Nos concentramos en lo que mejor hacemos, construir y vender vehículos innovadores en el mundo".

La plataforma conservadora había amenazado el año pasado con esta acción, pero la aplazó durante seis meses tras alcanzar un acuerdo con la automotriz sobre los anuncios con determinadas publicaciones que la AFA califica como "medios homosexuales". La AFA también solicitó a Ford dejar de donar productos y dinero en apoyo a actividades como las marchas homosexuales que se llevan a cabo cada año en numerosas ciudades del país. Don Wildmon, el presidente de AFA, señaló que "nos dimos la mano, teníamos todo escrito en papel y cuando la gente que negociaba con nosotros presentó el acuerdo a Ford, acabaron con todo lo que habíamos negociado durante seis meses".

Lo cierto es que esas negociaciones de la AFA fueron con un grupo de concesionarios de las marcas del grupo Ford del área de Dallas/Fort Worth (Texas), que había solicitado a la asociación una moratoria de seis meses de su boicot. En diciembre, Ford retiró brevemente sus anuncios de varias publicaciones destinadas a lectores homosexuales pero tuvo que modificar su decisión después de que fuese criticado por grupos defensores de los derechos de este colectivo.

Ante la última ofensiva de la AFA, Ford señaló a través de un comunicado que "está orgullosa de su tradición de tratar a todos con respeto y seguimos concentrados en lo que mejor hacemos: construir y vender coches y camionetas innovadoras en todo el mundo".
Diversos grupos conservadores han "castigado" al presidente de Ford, Bill Ford, con campañas en su contra desde que se hizo cargo de la compañía que fundó su bisabuelo, por entender que es demasiado "izquierdista" y que presta demasiada atención a causas medioambientales y en defensa de minorías sociales.

Diario Clarin / Buenos Aires / 2006

¿Qué es la matemática?


Estas reflexiones fueron inspiradas en un libro de Keith Devlin (¿Qué es la matemática?). Sugiero que lean con la mayor flexibilidad posible. No es patrimonio mío (ni mucho menos). Es un recorrido por una historia que me parece que uno no debería ignorar y, quizá, cuando termine, haya aprendido algo que no sabía.

Si hoy parara a una persona por la calle y le preguntara "¿qué es la matemática?", probablemente contestaría que es el estudio o la ciencia de los números. Lo cierto es que esta definición tenía vigencia hace unos 2500 años. O sea, que la información que tiene el ciudadano común sobre una de las ciencias básicas es equivalente a la de ¡veinticinco siglos atrás! ¿Hay algún otro ejemplo tan patético en la vida cotidiana?

En ese tiempo, la humanidad ha recorrido un camino tan largo y tan rico que creo que podríamos aspirar a tener una respuesta un poco más actual.

Es probable que la mayoría de la gente esté dispuesta a aceptar que la matemática hace aportes valiosos en los diferentes aspectos de la vida diaria, pero no tiene idea de su esencia ni de la investigación que se hace actualmente en matemática, ni hablar de sus progresos y expansión.

Para lograr captar algo de su espíritu, acompáñeme en este viaje que sirve para refrescar –a muy grandes rasgos– los primeros pasos y la evolución de la matemática a través del tiempo. La respuesta a la pregunta –¿qué es la matemática?– ha variado mucho en el transcurso de la historia. Hasta unos 500 años antes de Cristo, aproximadamente, la matemática era –efectivamente– el estudio de los números. Me refiero, por supuesto, al período de los matemáticos egipcios y babilonios, en cuyas civilizaciones la matemática consistía casi absolutamente en aritmética. Se parecía a un recetario de cocina: haga esto y aquello con un número y obtendrá tal respuesta. Era como poner ingredientes en la batidora y hacer un licuado. Los escribas egipcios utilizaban la matemática para la contabilidad, mientras que en Babilonia eran los astrónomos los que la desarrollaban de acuerdo con sus necesidades.

Durante el período que abarcó desde los 500 años antes de Cristo hasta los 300 después de Cristo, aproximadamente 800 años, los matemáticos griegos demostraron preocupación e interés por el estudio de la geometría. Tanto que pensaron a los números en forma geométrica. Para los griegos, los números eran herramientas. Así fue como los números de los babilonios “les quedaron chicos...”, ya no les alcanzaban. Tenían los naturales (1, 2, 3, 4, 5, etc.) y los enteros (que son los naturales más el cero y los números negativos), pero no eran suficientes.

Los babilonios ya tenían también los números racionales, o sea los cocientes entre los enteros (por ejemplo: 1/2, 5/3, -7/8, (-13/15), 7/-19, 0, 12/13, etc.), que proveían el desarrollo decimal (5,67 o 3,8479) y los números periódicos (0,4444... o 0,191919...). Estos les permitían medir, por ejemplo, magnitudes mayores que cinco, pero menores que seis. Pero aún así eran insuficientes.

Algunas escuelas como la de los “pitagóricos” (que se prometían en forma mística no difundir el saber) pretendían que todo fuera mensurable, y por eso casi enloquecieron cuando no podían “medir bien” la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos catetos midieran uno. O sea, había medidas para las cuales los números de los griegos no se adecuaban o no se correspondían. Es entonces que “descubrieron” los números irracionales... o no les quedó más remedio que admitir su existencia.

El interés de los griegos por los números como herramientas y su énfasis en la geometría elevaron a la matemática al estudio de los números y también de las formas. Allí es donde empieza a aparecer algo más. Comienza la expansión de la matemática que ya no se detendrá. De hecho, fue con los griegos que la matemática se transformó en un área de estudio y dejó de ser una mera colección de técnicas para medir y para contar. La consideraban como un objeto interesante de estudio intelectual que comprendía elementos tanto estéticos como religiosos.

Y fue un griego, Tales de Mileto, el que introdujo la idea de que las afirmaciones que se hacían en matemática podían ser probadas a través de argumentos lógicos y formales. Esta innovación en el pensamiento marcó el origen de los teoremas, pilares de las matemáticas.

Muy sintéticamente podríamos decir que la aproximación novedosa de los griegos a la matemática culmina con la publicación del famoso libro Los elementos, de Euclides, algo así como el texto de mayor circulación en el mundo después de la Biblia. En su época, este libro de matemática fue tan popular como las enseñanzas de Dios. Y como la Biblia no podía explicar al número p, lo “hacía” valer 3.

Siguiendo con esta pintura a trazos muy gruesos de la historia, es curioso que no haya habido demasiados cambios en la evolución de las matemáticas sino hasta mediados del siglo XVII, cuando –simultáneamente en Inglaterra y en Alemania– Newton, por un lado, y Leibniz, por el otro, “inventaron” el cálculo.

El cálculo abrió todo un mundo de nuevas posibilidades porque permitió el estudio del movimiento y del cambio. Hasta ese momento, la matemática era una cosa rígida y estática. Con ellos aparece la noción de “límite”: la idea o el concepto de que uno puede acercarse tanto a algo como quiera, aunque no lo alcance. Así “explotan” el cálculo diferencial, infinitesimal, etcétera. Con el advenimiento del cálculo, la matemática que parecía condenada a contar, a medir, a describir formas, a estudiar objetos estáticos, se libera de sus cadenas y comienza a “moverse”.

Los matemáticos estuvieron en mejores condiciones de estudiar el movimiento de los planetas, la expansión de los gases, el flujo de los líquidos, la caída de los cuerpos, las fuerzas físicas, el magnetismo, la electricidad, el crecimiento de las plantas y los animales, la propagación de las epidemias, etcétera.

Después de Newton y Leibniz, la matemática se convirtió en el estudio de los números, las formas, el movimiento, el cambio y el espacio. La mayor parte del trabajo inicial que involucraba el cálculo se dirigió al estudio de la física. De hecho, muchos de los grandes matemáticos de la época fueron también físicos notables. En aquel momento no había una división tan tajante entre las diferentes disciplinas del saber como la hay en nuestros días. El conocimiento no era tan vasto y una misma persona podía ser artista, matemática, física, y otras cosas más, como lo fueron, entre otros, Leonardo Da Vinci y Miguel Angel.

A partir de la mitad del siglo XVIII nació el interés en la matemática como objeto de estudio. En otras palabras, la gente comenzó a estudiar la matemática ya no sólo por sus posibles aplicaciones, sino por los desafíos que vislumbraba la enorme potencia introducida por el cálculo.

Sobre el final del siglo XIX, la matemática se había convertido en el estudio del número, de la forma, del movimiento, del cambio, del espacio y también de las herramientas matemáticas que se utilizaban para ese estudio.

La explosión de la actividad matemática ocurrida en este siglo fue imponente. Sobre el comienzo del año 1900, el conocimiento matemático de todo el mundo hubiera cabido en una enciclopedia de 80 volúmenes. Si hoy hiciéramos el mismo cálculo, estaríamos hablando de más de 100 mil tomos.

El desarrollo de la matemática incluye numerosas nuevas ramas. En alguna época las ramas eran doce, entre las que se hallaban la aritmética, la geometría, el cálculo, etcétera. Luego de lo que llamamos “explosión” surgieron alrededor de 60 o 70 categorías en las cuales se pueden dividir las diferentes áreas de la matemática. Es más, algunas –como el álgebra y la topología– se han bifurcado en múltiples subramas. Por otro lado, hay objetos totalmente nuevos, de aparición reciente, como la teoría de la complejidad o la teoría de los sistemas dinámicos.

Debido a este crecimiento tremendo de la actividad matemática, uno podría ser tildado de reduccionista si a la pregunta de “¿qué es la matemática?” respondiera: “Es lo que los matemáticos hacen para ganarse la vida”.

Hace tan sólo unos veinte años nació la propuesta de una definición de la matemática que tuvo –y todavía tiene– bastante consenso entre los matemáticos. “La matemática es la ciencia de los patterns” (o de los patrones).

En líneas muy generales, lo que hace un matemático es examinar patterns abstractos. Es decir, buscar peculiaridades, cosas que se repitan, patrones numéricos, de forma, de movimiento, de comportamiento, etcétera. Estos patterns pueden ser tanto reales como imaginarios, visuales o mentales, estáticos o dinámicos, cualitativos o cuantitativos, puramente utilitarios o no. Pueden emerger del mundo que nos rodea, de las profundidades del espacio y del tiempo o de los debates internos de la mente.

Como se ve, contestar la pregunta –¿qué es la matemática?– con un simple “es el estudio de los números”, a esta altura del siglo XXI es cuanto menos un grave problema de información, cuya responsabilidad mayor no pasa por quienes eso piensan sino de los que nos quedamos de este otro lado, disfrutando algo que no sabemos compartir.

Adrián Paenza

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Coleccionistas de huesos y tejidos


Joseph Nicelli, embalsamador de profesión, desviaba los cadáveres hacia un cuarto trasero de su empresa funeraria. Allí, en condiciones sanitarias tenebrosas, extraía todo lo que fuera vendible, como tejidos y huesos. Para que el cadáver no perdiera consistencia, metía tuberías en el cuerpo del difunto antes de coserlo. Michael Mastromarino le pagaba 500 dólares por cadáver, y éste vendía el material extraído por 8000 en el mercado negro. La fiscalía de Nueva York ha destapado los detalles de la investigación más macabra de su historia.

El cuarteto de la muerte se completa con otros dos procesados, Lee Cruceta y Christopher Aldorasi, ayudantes de Mastromarino y Nicelli en la trama de robo y venta de tejidos humanos. Con métodos poco sofisticados y una impunidad sorprendente, entre los cuatro desguazaron 1077 cadáveres. Al estupor de las familias de esos difuntos se suma el terror de quienes recibieron, sin saberlo, tejidos que nunca fueron sometidos a ningún “control de calidad”.

La investigación ha durado 15 meses y ha obligado a exhumar muchos de los cadáveres usados en este contrabando. La lista de cuerpos empleados incluye la de un personaje conocido por el público de televisión de Estados Unidos y Gran Bretaña: Alistair Cooke. Presentador de Masterpiece Theater durante años en la televisión estadounidense y colaborador habitual de la BBC, Cooke murió en Nueva York en 2004 a los 95 años de edad. Sus tejidos y huesos están posiblemente repartidos entre pacientes que nunca imaginaron la involuntariedad del donante.

Los miembros del clan falsificaban documentos para que los individuos fallecidos apareciesen como donantes en vida. Además, manipulaban los certificados de defunción para hacer creer a los compradores que el fallecimiento se había producido a una edad más temprana y por enfermedades que no dañan los tejidos trasplantados, como infartos. La mayoría de los cuerpos asaltados pertenecen a personas que, por edad o por su enfermedad, nunca podrían haber donado órganos o tejidos. Cooke murió de cáncer a los 95 años; en los papeles falsificados falleció de infarto a los 85. La fiscalía mostró radiografías tétricas de los cadáveres en las que pueden verse tuberías huecas en el interior de las piernas, implantadas de manera chapucera. En algunos de los ataúdes se han encontrado guantes y delantales.

Según Charles Hynes, el fiscal de Brooklyn que ha encabezado la investigación, los procesados “no tomaban ninguna precaución para asegurar que los tejidos trasplantados estaban libres de enfermedades o defectos”. Hynes comparó los detalles de la investigación con “una película barata de terror”. Las autoridades reconocen que el comercio legal de tejidos humanos no está sometido a suficientes controles. Además, la compraventa de tejidos, tendones, músculos y piel se ha disparado porque la comunidad científica investiga cada vez más aplicaciones en su trasplante. El seguimiento de estos productos humanos es más complicado que el de los órganos clásicos usados en trasplantes.

La cobertura de Mastromarino la proporcionaba su empresa de Nueva Jersey, Biomedical Tissues Services Ltd., que recibió hace un mes la orden de cierre de las autoridades sanitarias por la falta de garantías médicas en el control de materiales. Los cadáveres procedían de casas funerarias en Nueva York, Pennsylvania y Nueva Jersey. De allí eran enviados a la funeraria de Brooklyn Daniel, George & Sons, para ser embalsamados. Cuando eran devueltos para su entierro o incineración, los cadáveres ya habían sido desmenuzados.

La historia cuenta con otro elemento profundamente estadounidense: abogados a la caza de clientes. Decenas de letrados de todo el país tratan de localizar a los receptores de los tejidos robados para poder reclamar indemnizaciones astronómicas de las que ellos se llevarían un porcentaje. The New York Times cita a un abogado de Carolina del Sur, Kevin Dean, queya ha firmado contratos con 85 clientes en 19 estados: “Muchas enfermedades, como el sida o la hepatitis C, tienen un largo período de gestación”, dice Dean.

Mastromarino, un dentista que ya había perdido su licencia médica, ha amasado 4,6 millones de dólares con su plan. El juez lo dejó en libertad bajo una fianza de 1,5 millón de dólares. Para los otros implicados las fianzas fueron menores porque actuaban sólo como intermediarios entre los cadáveres y el contrabandista. Los cuatro –que se declararon inocentes ante el juez– están acusados en total de 125 delitos, entre ellos disección ilegal de cadáveres. La pena máxima a la que se enfrentan es de 25 años de cárcel.

Javier del Pino

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Hombre que va de putas


En los últimos años la “prostitución” está siendo objeto de apasionados debates que tienen su eje en las cuestiones legales –la intervención del Estado en su reglamentación, prohibición o abolición–, los conceptos morales y éticos que están en juego, los determinantes sociales que la fundan y, por sobre todo, el protagonismo de tres de sus actores implicados: las prostitutas, los proxenetas y las mafias que dominan la trata y el tráfico con mujeres y niños: intentaré abordar el tema desde el punto de vista del “cliente”. Pretendo acercarme al problema desde la psicología del usuario: aquel que consume prostitución.

Lo hago a sabiendas de que no existe una nosología que incluya a todos estos clientes; a sabiendas de que voy a verme defraudado si persigo un perfil particular, un tipo de personalidad en la que pudieran agruparse. Mis referentes serán esos seres anónimos, comunes, invisibles. Porque, si algo tienen en común los varones homo o heterosexuales que consumen prostitución, es justamente eso: son invisibles. Casi todos los trabajos de divulgación o académicos que se encargan del tema coinciden en ocultar y silenciar el lugar de los clientes. Estos escritos, al tiempo que vehiculizan la digna intención de estudiar el fenómeno y denunciarlo, protegen con un manto de inocencia a los usuarios. De modo tal que, casi siempre, referirse a la “prostitución” supone aludir a las prostitutas (putas, taxi-boys, travestis); a los rufianes y a los burdeles; a las mafias y a los proxenetas; pero no a los clientes.

Sin embargo, el cliente, el más guardado y protegido, el más invisibilizado de esta historia, es el protagonista principal y el mayor prostituyente. La explotación de mujeres, de niños y niñas se hace posible sólo gracias al cliente, aunque su participación en este asunto aparezca como secundaria, como secuela de un flagelo, como subproducto de una oferta.

Además, a los clientes mismos les cuesta aceptar su condición, representarse como tales. No se reconocen así.

Al poner el énfasis en los clientes pretendo, también, reformular la pregunta que generalmente tiene a las mujeres por destinatarias. Esta es: ¿cuáles son las condiciones sociales y las determinaciones subjetivas que llevan a que una mujer se prostituya? Como aquí aparece, inevitable, una apelación a la pobreza, a la marginación, a la falta de oportunidades y al abuso sexual previo; como casi siempre aparece aquí la necesidad de discriminar la prostitución forzada de la prostitución “elegida libremente”, es mi intención sostener, sin clausurarlo con respuestas apresuradas, el siguiente interrogante: ¿cuáles son las condiciones sociales y las determinaciones subjetivas que empujan a los varones a incorporarse al universo de clientes? ¿Por qué millones de varones eligen comprar (¿alquilar?) los cuerpos de mujeres, llamar sexo a esa operación y, aparentemente, disfrutar con ello? Más aún: ¿por qué se ha extendido tanto el consumo sexual pago en épocas como la que nos ha tocado vivir, cuando la liberación femenina alienta una sexualidad a la carta “gratuita”?

Para comenzar, arriesgo un camino: el aumento del mercado de la prostitución, el tráfico internacional y la trata no están desvinculados de la globalización, por un lado y, por el otro, del movimiento mundial de mujeres y del feminismo contemporáneo, que interpelan al poder y ponen en cuestión, como nunca antes había sucedido, el dominio de los varones en la esfera pública. El tímido pero alentador debilitamiento del patriarcado, si no mantiene una relación causal, al menos coincide con el auge de la trata. Quiero decir: el reforzamiento de los valores más tradicionales en ese “coto masculino”, verdadera religión que tiene a los clientes por feligreses y al burdel como parroquia –y que se caracteriza por su estilo violento y denigratorio de lo femenino– parece no ser ajeno a las contingencias por las que atraviesa el patriarcado.

Un cualquiera:

Los clientes son tipos como cualquier otro: abogados, policías, arquitectos, psicoanalistas, gente de trabajo, políticos y desocupados. Señores de cuatro por cuatro y muchachos de bicicleta. Son púberes de trece años, adolescentes, jóvenes, viejos y ancianos. Casados y solteros. Son diputados y electricistas; curas y sindicalistas. Son capacitados y discapacitados. Son tipos sanos y enfermos. En definitiva, todo varón homo o heterosexual, en cuanto ha dejado de ser niño, es un potencial cliente. Así, no sería exagerado afirmar que la sola condición de varón ya nos instala en una población en la que hay grandes posibilidades de convertirse en consumidor.

Recientemente, Nicole Ameline, ministra de la Paridad y la Igualdad Profesional (equivalente a la Secretaría de la Mujer) de Francia, recibió una investigación realizada en ese país y auspiciada por el Mouvement du Nid. El elocuentísimo título de la investigación, firmada por Saïd Bouamama, es “El hombre en cuestión: el proceso de devenir cliente de la prostitución”. La investigación consistió en una encuesta, entrevistas semidirigidas y grupos de reflexión con varones que voluntariamente aceptaron participar del proyecto. Fueron convocados a través de avisos que aparecieron en los diarios (incluso en periódicos de distribución gratuita) bajo la siguiente consigna: “El clientelismo es una construcción social y no producto de una tara individual pasible de ser curada o reprimida. ¿Está usted dispuesto a participar en una investigación sobre prostitución?”.

Una de los resultados más notables del análisis de las entrevistas es que la mayoría de los varones que consumen prostitución no pertenecen a edades avanzadas, ni son jóvenes acuciados por la erupción hormonal típica del ciclo vital, sino que tienen entre 35 y 50 años y son casados o viven en pareja. De entre ellos, el 55 por ciento tenía uno o más hijos.

A partir de la encuesta y sin ánimo de tipificarlos, es posible agrupar las lógicas argumentales a las que recurren los entrevistados para fundamentar su afición a la prostitución.

- Una de ellas es la abstinencia sexual y la soledad afectiva. La mayoría de los clientes habituales y ocasionales explican su debilidad por las prostitutas en función de su timidez, del temor a las mujeres o por otras inhibiciones. Ubican el by pass a la prostitución cuando el contacto con las mujeres verdaderamente deseadas se les ve dificultado. Del desempeño en las entrevistas surge que la falta de confianza en sí mismos, la baja autoestima, heridas narcisísticas provenientes de desengaños amorosos, yacen debajo de la explicación que los empuja a los contactos fáciles que la prostitución ofrece. Así, la abstinencia sexual y la soledad afectiva se constituyen en la primera causa aducida para devenir cliente –el 75 por ciento de los casos–: esto es, resulta ser la principal estrategia de justificación, desde que instala a los clientes en el lugar de víctimas. Como víctimas de sus propias insuficiencias, aspiran a la comprensión y pretenden otorgarle un sentido aceptable al consumo sexual pago.

- La segunda causa a que apelan los entrevistados es la desconfianza, el temor y el odio que les inspiran las mujeres. En este grupo se encuentran los varones que fundan su misoginia en experiencias conyugales desastrosas, divorcios controvertidos que vinieron a confirmar lo que siempre sospecharon: que las mujeres son –todas ellas– interesadas, despiadadas, egoístas, complicadas e intrigantes. Es interesante observar que en este nivel se agrupan los varones que culpan a la sociedad por el protagonismo y el poder que las mujeres están logrando. Son varones que responsabilizan al feminismo contemporáneo por la pérdida de los valores tradicionales, al tiempo que añoran las épocas en que los hombres dominaban y ellas se sometían delicada y dulcemente a sus deseos.

- La tercera categoría incluye a los consumidores de mercancías, esos varones que son empujados a la prostitución, según dicen, porque sus mujeres los someten a una vida sexual insatisfactoria. Para ellos, un abismo separa a la compañera afectuosa y cariñosa, que han elegido como novia o madre de sus hijos, del personal mercenario que contratan para satisfacer sus necesidades. Al leer sus respuestas parecería ser que responden precisamente a lo que Freud afirma en “Sobre una degradación general de la vida erótica” (1912): la sensualidad de un varón ligada en el inconsciente a objetos incestuosos o, mejor dicho, inscripta en términos de fantasías incestuosas inconscientes, tiende a expresarse como impotencia sexual y/o como afición a las prostitutas, práctica que garantiza un vínculo sensual donde nada de lo cariñoso esté presente. Estos varones sólo pueden ligarse sexualmente con mujeres que ni por lejos evoquen los objetos incestuosos prohibidos, ya que su vida erótica permanece disociada en dos direcciones: una encarnada en el amor “puro”, la ternura, el cariño desinteresado que está más allá del sexo y del dinero; la otra, encarnada en la atracción terrenal, el deseo animal, la pasión desafectivizada. Si aman a una mujer, no la desean. Y, si la desean, no pueden amarla. En las prostitutas encuentran mujeres que no necesitan amar para poder desear. A diferencia de los varones del grupo anterior –los que culpan a la sociedad y responsabilizan al feminismo por empujarlos al consumo de prostitución, éstos son varones esencialistas. Están convencidos de que las urgencias del deseo, que los llevan a tratarlas como objetos descartables, están dictadas por su naturaleza masculina.

- Una cuarta categoría incluye a los que explican el consumo de prostitución por cumplir el imperativo de una sexualidad que eluda cualquier tipo de responsabilidad que pueda devenir de un vínculo estable con el “sexo opuesto”. Pagan para ahorrarse los problemas que toda relación afectiva supone y pagan para confirmar que sus partenaires no desean otra cosa más que su dinero. El 43 por ciento de los encuestados adhirió a esta postura por considerarla una excelente elección para varones casados, que, aun teniendo conflictos conyugales, no estaban dispuestos a correr el riesgo de una ruptura matrimonial.

- Finalmente, Bouamama identifica una categoría más, la que incluye a los adictos al sexo: esos varones impulsivos y compulsivos que no pueden renunciar a este tipo de encuentros fáciles e inmediatos; relaciones que no reclaman el pasaje por rituales de seducción y conquista y para quienes el sexo está ubicado en el lugar que la droga tiene para los toxicómanos.

Pero tal vez el dato más significativo que aporta la investigación es el siguiente: el 75 por ciento de los clientes se declaran insatisfechos en las relaciones con las prostitutas. Un 59 por ciento se lamenta por padecer algún tipo de disfunción sexual que incluye la eyaculación precoz, la impotencia o la dificultad para eyacular. La mayoría se queja de experiencias que los dejan defraudados, disconformes y decepcionados; otros prefieren aceptar que se sienten ridículos y patéticos por tener que recurrir a la prostitución. Así, los varones que tienen relaciones sexuales con mujeres degradadas (cito a Freud) “evidencian claros signos de no hallarse en dominio pleno de su energía instintiva psíquica que se muestra caprichosa, fácil de perturbar, incompleta y, muchas veces, poco placentera”. Y esta considerable limitación en la elección de objeto se debe a la distancia que mantiene con la siempre anhelada corriente cariñosa que, pese a todo, el cliente espera. “No me abraza ni me besa de verdad, y me despacha no bien termina el tiempo del acuerdo”, se resiente uno de los entrevistados.


Prostituyente:

Porque el caso es que, si en algún momento Freud afirmó que “la degradación psíquica del objeto sexual (la puta) cumple la función de abrirle el paso a una sexualidad que puede exteriorizarse libremente y le permite al varón desplegar un intenso placer”, enseguida consignó que “aquellas personas en quienes las corrientes cariñosa y erótica no han confluido debidamente viven, por lo general, una vida sexual poco refinada. Perduran en ellas fines sexuales perversos, cuyo incumplimiento es percibido como una sensible disminución de placer”. Contradicción freudiana que los varones encuestados por Bouamama vienen a confirmar.

Contradicción e insatisfacción de los clientes que, aun así, no alcanza para perturbar el auge indetenible de la demanda de prostitución. Porque de lo que aquí se trata no es otra cosa que la subordinación de los varones a un imperativo que tiene como fin último atenuar el temor al cuerpo de la mujer; la compulsión a controlar y expropiar a las mujeres de su deseo. De lo que aquí se trata es de que en ese encuentro pautado por horario, lugar y precio –vivido siempre como pretexto para el despliegue de una escena totalmente ritualizada, simulacro de un encuentro sexual, parodia de una relación pasional–, todo está puesto al servicio de la dominación, la denigración femenina y, dicho sea de paso, de la humillación masculina en aras del refuerzo de la virilidad convencional.

Así, la “prostitución” deviene el analizador primordial de la cultura actual. Analizador, en el sentido que este término tiene para el análisis institucional: analizadores son esos indicios que explicitan la existencia de conflictos, deseos y fantasmas en la vida social. La “prostitución” es el analizador primordial de la cultura actual, no sólo por la incomodidad ética que genera, sino también porque es en la explotación sexual comercial donde el patriarcado lleva al límite los valores impuestos por la sociedad de consumo y se hace evidente la condición de mercancía de los cuerpos. Cuerpos cuyo aprovechamiento y goce tiene un costo y un rendimiento que se juega en el intento fallido por reforzar la presencia del equivalente universal dinero y por restituir (si es que alguna vez lo han perdido) el poder de los varones.

Antes afirmé que los clientes, los más guardados de esta historia, eran los principales prostituyentes. Son, también, los que deciden la incorporación creciente de productos exóticos (asiáticas, latinas o negras destinadas a los blanquitos del Norte) y de la cada vez más reducida edad de la “mercadería” que consumen. Entonces, al poner el foco en las mafias, al penalizar a los proxenetas y a las prostitutas, se elude a los clientes y, de esta manera, la sociedad en su conjunto se encarga de aliviar la responsabilidad que cae sobre aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica. Por eso, sostengo que cualquier intervención en este problema debería tener en cuenta las representaciones que en el imaginario social legitiman la prostitución. La legislación del Estado o los tratados internacionales, necesarios como son, nunca serán suficientes para remover las prácticas convalidadas por las costumbres: ancestrales derechos de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres, derechos de los poderosos sobre el cuerpo de los débiles.

Juan Carlos Volnovich Psicoanalista.

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Haciendo de Espíritu Santo


Nunca pude conocer a nadie que haya donado semen. Al menos nadie me lo confesó hasta ahora. Jamás pude hablar con alguno de estos hombres literalmente pelotudos que se masturban en un cuartucho de laboratorio, que se concentran no sé cómo para llegar al clímax y que embocan con pericia el líquido seminal en un frasquito esterilizado. Insisto. Nunca pude conocer a un onanista rentado. Nadie lo dice. ¿Qué van a decir? “Sí, mirá, fui, me toqué mirando un folleto de lencería, dejé el frasquito y me pagaron 80 pesos.” No, para nada. Nadie confiesa que anda vendiendo esperma para que luego hagan vaya a saber uno qué experimento raro o para inseminar a vaya saber uno qué mujer, si la hermana de un amigo o la esposa de tu jefe.

Sin testimonios no hay nota sobre bancos de semen. A menos que... que uno ponga el cuerpo. A la pucha. La fantasía de escribir una nota en primera persona siempre existió en este reportero, pero nunca la de hacer pública su experiencia como donante seminal. ¿No es acaso una cuestión íntima? ¿No es acaso una experiencia anónima? Ya no hay límites, esto es periodismo amarillo (¿o blanco?).

–Qué tal, quiero conocer el procedimiento de donación.
–Estamos en un período de receso, no estamos tomando gente. ¿Usted alguna vez donó? –preguntó el doctor del banco de semen CrioBank, uno de los pocos que existen en el país.
–Nunca.
–Ajá. ¿Y qué edad tiene?
–Casi treinta años –mentí.
El doctor hace una pausa de tres segundos. Y dice:
–Si está realmente interesado, yo puedo hacer un espacio, porque...
–Tienen el banco lleno –lo interrumpí.
–Sí, sí, pero no hay problema. Dígame, ¿cuándo quiere pasar?
–No... en realidad yo quiero saber cómo es el procedimiento.
–Usted se hace los estudios y, cuando están listos, puede dejar las muestras que quiera, cuando quiera, no hay problema.
–¿Más o menos cuánto pagan?
–Se pagan 80 pesos.
–No está mal. ¿Y cómo sería el procedimiento?
–Tiene que tomar una cita con 3 días de abstinencia sexual para poder hacer un espermograma. Hay que ver cómo está su espermograma.
–Si está bien el espermograma, ¿puedo donar todas las veces que quiero?
–Si está bien, tenemos que hacer los análisis de sangre y después ya viene las veces que usted quiera.
–O sea que puedo ir más de una vez por semana, si quiero.
–Sí, sí.
–Y si más adelante quiero saber si con mi semen se inseminó a alguna mujer, ¿puedo saber a quién o a cuántas mujeres inseminé?
–No, porque entra en un pool de muestras anónimas. Ni nosotros sabemos.

Dejar embarazada a una mujer sin tocarle un pelo es como trabajar de Espíritu Santo asalariado. Y un poco más que eso. Porque con una sola muestra se pueden inseminar hasta ¡diez mujeres! Pero no es fácil calificar. Hay que tener más de 50 millones de espermatozoides por mililitro de líquido seminal, y por supuesto no tener HIV, hepatitis B y C o cualquier otra enfermedad que se transmita a través del esperma. Y no es que con menos cantidad espermática no se pueda procrear, es que durante el congelamiento y el descongelamiento muchos espermatozoides mueren. Algunos bancos pagan por una muestra hasta 100 pesos. Y una pareja o mujer soltera que busca quedar embarazada con semen de donante anónimo no paga menos de 1000 pesos, más el resto de los procedimientos, unos 5 mil pesos.¿Quiénes son los donantes? Primeramente universitarios, estudiantes de medicina y farmacia que se acercan al Banco de Esperma tentados por un cartel pegado en los pasillos de la facultad. Pero hay otras gentes. Mercenarios que sólo lo hacen por dinero, para pagar la cuota del cero kilómetro o las putas y el champán; vagos y atorrantes sin empleo que se tocan dos veces por semana y se hacen un sueldo que llega a la línea de pobreza; sectas de trasnochados revolucionarios que planean inseminar la mayor cantidad de mujeres de la alta burguesía para que, dentro de 20 o 30 años, el mundo sea otro...

Era previsible. Ya cuando le decís al portero que vas al consultorio tal, te empieza a mirar con cara rara. En el ascensor se sube una señora que va hasta el mismo lugar que este reportero, es decir, al Banco de Semen. Qué calor. En la recepción, la cosa no mejora. Una pareja sale de un consultorio y se despide del doctor. El tono de voz de ambos es claramente made in La Horqueta. El hombre me mira como diciendo: “Si el donante sos vos, qué mala suerte”.

Este reportero camuflado de posible donante es invitado a tomar asiento. Y a mirar revistas, cuándo no. Mientras, en la radio dan una noticia sobre la vida del “ingeniero”, el hombre que habría ayudado a hacer el túnel para robar el Banco Río de Acassuso. “Tantos años de estudio y mirá cómo terminó”, suelta la recepcionista, una señora entrada en años (espero que no sea ella quien me ayude a extraer la muestra). “Tanto estudio y todo para robar bancos”, reitera. Si supiera los años que estudié, y mire a dónde terminé, señora.

“¿Di Genova?”, pregunta un doctor. Y me invita a su consultorio. Una señora sentada a mi lado que hojea una revista hace como que no me mira. Pero siento sus ojos clavados en mi nuca. ¿Estará buscando semen de donante? ¿Le habré gustado? “¿Sabés lo que es un Banco de Esperma?”, arranca el doctor, en la intimidad del consultorio. “Esto es absolutamente anónimo. Las muestras se usan para distribuir a todos los laboratorios del país, para personas con problemas de fertilidad. Y para hacer comparaciones.”

–¿Comparaciones?
–Sí, se compara la muestra con otras, para evaluar el desempeño.
No sé por qué, pero eso de las comparaciones me parece que encierra algo más: me suena a embriones mutantes, a manipulaciones genéticas y racistas o cosas aún peores, si es que existe algo peor que eso. Quedo meditando, lo que es percibido por el doctor, que dice:
–Acá no hay nada raro, no estás participando de ningún experimento. Esto existe desde hace 20 años, lo que pasa es que no se anda publicitando por todos lados. Si estás de acuerdo, te hacés un espermograma y si está bien, seguimos adelante con los estudios.
–Perfecto –digo–. Entonces saco un turno y vengo otro día para hacerme un espermograma (material para una notita ya tengo).
–Si querés, te lo podés hacer ahora mismo.
–Eh... bueno... no... pensé que era un trámite más largo.
–Para nada. Tomás la muestra en la sala, sin que nadie te moleste, y después la vamos a ver en el microscopio. Queda en vos decidirlo.
–... y si está mal el espermograma, ¿usted me avisa?
–Claro, si es tuyo, acá no hay nada que ocultar. No tenés que pagar nada, nosotros te pagamos a vos. Si está bien, seguimos adelante, te doy una orden y te vas a hacer los estudios de sangre la semana que viene.
–Bueno, está bien, hagámoslo. (Tengo una coartada: veo cómo es la sala de extracción, completo la nota y de última digo que no pude.)

Ahora estoy en sala. Estoy decepcionado. Había leído que los bancos de semen de Dinamarca tenían habitaciones especiales equipadas con canales pornográficos y muchas pero muchas revistas eróticas como para despertar la inspiración. Y motivarse.

Pero acá no hay nada de eso. Y más que una sala es un toilette de un metro por un metro. Hay una bacha, un inodoro, un espejo y un frasquito de plástico para depositar el asunto. Y nada más. No hay tele, qué va haber. Tampoco están Dolores Fonzi ni Leticia Bredice como para darme una mano, ni una Playboy del ‘80. Y mucho menos una foto de Juanita Viale en El Paparazzi, un folleto de lencería erótica o una revistita de Coto. Nada de nada. ¡Esto es casi imposible!

Y aquí permítaseme hacer una elipsis. No es el lugar para decir si este reportero pudo o no pudo dejar la muestra, o si se convirtió en un onanista rentado, en un Espíritu Santo asalariado. Sólo me resta decir que nunca conocí a nadie que haya donado semen. Jamás nadie me confesó haberlo hecho. Y si nadie me lo dijo a mí, ¿por qué se los tengo que decir a ustedes?

Facundo Di Genova

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El caso Giubileo


La doctora Cecilia Enriqueta Giubileo, una psiquiatra de 39 años que trabajaba en la Colonia Open Door, situada en Torres, cerca de Luján, Provincia de Buenos Aires, fue vista por última vez la medianoche del domingo 16 de junio de 1985, cuando un enfermero y un paciente cruzaron algunas palabras con ella.

Luego, el único que la vio fue su asesino.

La desaparición de la doctora Giubileo, más allá de especulaciones e hipótesis, cosechó un espeso e impenetrable misterio.

La Colonia Open Door

A comienzos del siglo XX, un precursor de la psiquiatría argentina, el doctor Domingo Cabred, tuvo un sueño humanista, propio de aquel país que apostaba al futuro y donde se levantaban, casi de un día para otro, grandes edificios públicos, estaciones ferroviarias, puentes, teatros. Cabred fundó un asilo para albergar y curar a enfermos mentales pobres, que se hacinaban en hospitales que no estaban preparados para atenderlos o, a veces, en cárceles. El proyecto del doctor Cabred comenzó a hacerse realidad en 1906 y se inauguró oficialmente en 1915.

Cuando sucedieron los hechos, el manicomio -cuyo nombre oficial era Instituto Neuropsiquiátrico Dr. Domingo Cabred, pero al que se conocía como Colonia Montes de Oca o Colonia Open Door- ocupaba 600 hectáreas en las cercanías de un pueblo llamado Torres, en las inmediaciones de Luján, 80 kilómetros al oeste de la ciudad de Buenos Aires. No mucho tiempo atrás, Torres había sido un apeadero en el que se detenían algunos trenes para cargar y descargar tarros de leche y correspondencia. En 1985, tenía 1500 habitantes, varios centenares de los cuales prestaban servicios en Open Door. Familias enteras trabajaban en la colonia o realizaban tareas externas para esa institución. Algunos habían heredado el puesto del padre y hasta del abuelo.

Open Door era un mundo autosuficiente. Erigido en terrenos altos y fértiles, contaba con granjas, criaderos de aves, talleres. Por lo demás, a Torres, un típico pueblo de la llanura, lo rodeaban estancias y haras donde se criaban esos caballos argentinos de polo que son célebres en el mundo entero.

Open Door, que quiere decir "puerta abierta", albergaba a 1200 deficientes mentales, distribuidos en 12 pabellones alrededor de un gran edificio central, especie de castillo normando. Los pabellones estaban separados por caminos y arboledas que sombreaban casi un tercio del predio. Hasta había una laguna.

Open Door fue concebido como un asilo abierto, en el que la paz de la naturaleza atenuara el dolor. Pero no era eso.

Era una sucursal del infierno.

"Me llamo Cecilia Giubileo"

Nació en 1946. Estudió medicina en la Universidad Nacional de Córdoba, en los trepidantes años sesenta. Militó en la izquierda, participó en huelgas y movilizaciones. El Cordobazo, en 1969, la vio entre los estudiantes que gritaban consignas en las calles de La Docta. Cecilia se enamoró de un muchacho llamado Pablo Chabrol. En 1972 se casaron y se fueron a vivir a España; se radicaron en Gijón, donde Cecilia trató de revalidar sus estudios. Pero el intento duró poco. Menos de un año. El matrimonio fracasó. Ella volvió y, ya definitivamente separada, se concentró en la facultad. En 1973, la Universidad Nacional de Córdoba le entregó su diploma de médica. Residió un tiempo en Campana, donde se empleó en una clínica metalúrgica, y en 1974, cuando entró a trabajar en Open Door, se afincó en Luján. Alquiló una casa en la calle Humberto I, y un consultorio en Torres. Aquí, una placa en la calle Calderón de la Barca 770 anunciaba su nombre y su especialidad: "Clínica médica".

Cecilia Giubileo vivía sola.

La doctora era querida tanto en Luján, una pujante ciudad del oeste bonaerense, capital del catolicismo argentino, como en Torres. Trabajar en Open Door, en estrecho contacto con el dolor, era una opción humana, además de profesional. No siempre cobraba las consultas a sus pacientes particulares, algunos de los cuales no tenían con qué pagarle. En su tiempo libre, la doctora investigaba sobre el mal de Chagas; quizá planeaba un doctorado.

Cecilia era una mujer hermosa. Había teñido de rubio su pelo oscuro. Delgada -pesaba 51 kilos-, de boca sensual y ojos intensos, su risa era luminosa. Cuando desapareció, el periodismo hurgó en su vida sentimental. No fue difícil: en Luján y en Torres, todos se conocían. Cecilia había vivido varias relaciones intensas. Con un médico de Campana que le llevaba algunos años; con un contador público de la Capital con quien, al momento de desaparecer, había cortado. Con otro médico, un colega de Open Door; con él, trazó planes. La doctora había hecho inversiones: compró dieciséis hectáreas en la Sección Primera del Tigre. Según versiones, con el colega abrieron un plazo fijo a orden conjunta. La investigación escudriñó incluso sus amistades femeninas: enfermeras, empleadas de la colonia. Algunos medios insinuaron que no estaba definida la orientación sexual de la doctora. Una de sus amigas se indignó: "Si la ven con un hombre, hablan. Si tiene una amiga, hablan. Entonces, ¿una qué tiene que hacer, andar sola?"

La única confidente de Cecilia Giubileo era su madre, María Lanzetti, entonces de 60 años, viuda, que vivía en Córdoba. Las cartas que Cecilia le enviaba eran como un diario personal. Un semanario de Buenos Aires publicó algunos fragmentos. En uno de ellos, la doctora Giubileo se confesaba: "Quiero tener un hijo, formar un hogar... esperar a mi marido cuando llega del trabajo. Quiero y no puedo. No sé qué me pasa. No aguanto. Siento que me despedazo".

La doctora Giubileo estaba de guardia el domingo 16 de junio de 1985, junto con otros dos profesionales. Llegó a la colonia desde Torres manejando su Renault 6 blanco. Firmó el libro de entradas a las 21.38. El tiempo era horrible: frío y húmedo. Al atardecer había bajado una neblina extraña, como un tul.

Los médicos de guardia permanecían en uno de los edificios del predio, llamado Casa Médica, y se trasladaban a los pabellones cuando algún interno lo requería. Aquella noche, la doctora Giubileo trató a un paciente con bronquitis y fiebre alta. Luego atendió el papeleo de unos familiares que vinieron a llevarse el cuerpo de una interna, fallecida por la tarde.

A las 0.15 -ya era lunes 17-, un enfermero de apellido Novello se cruzó con Cecilia Giubileo:

-¿Alguna novedad, doctora?

-Vengo del pabellón 7 -contestó Cecilia-. Atendí una urticaria gigante.

La doctora vestía un jogging azul, con vivos claros, campera celeste y zapatillas blancas. El pabellón 7 estaba a unos quinientos metros de la Casa Médica y la doctora había hecho el itinerario a pie. Pero Cecilia no fue y volvió sola: un paciente llamado Miguel Cano la había ido a buscar y la acompañó de regreso. Aquella noche, el conmutador telefónico de la colonia no funcionaba. Los senderos estaban bien iluminados, con luces de mercurio.

Las pistas

Amaneció el 17 de junio. La colonia se despertó a la luz lechosa de ese lunes. Seguía el mal tiempo. En el estacionamiento, aún estaba el Renault de la doctora Giubileo. Fueron a buscarla, pero el dormitorio estaba vacío y la cama, sin tender. En la mesa de luz sólo encontraron un par de zapatos marrones con puntera beige. No estaba su bolso ni su maletín médico. ¿Salió del predio? ¿Alguien entró a visitarla?

Al cabo de unos días, los amigos y allegados de Cecilia, alarmados, hicieron la denuncia en la comisaría de Torres, donde quedó asentada como "búsqueda de paradero". La policía comenzó a reconstruir los movimientos de la doctora durante aquella noche. Pero todo terminaba cuando la doctora le había dicho al paciente que la había acompañado desde el pabellón 7 hasta la Casa Médica: "Andá tranquilo. Yo voy a descansar un rato".

Luego no se la vio más. No pasó nada extraño entre la noche del domingo 16 y el lunes 17 de junio de 1985 en la Colonia Open Door. Sin embargo, la doctora Giubileo se había esfumado.

Comenzó la lenta y penosa investigación sobre el paradero de Cecilia Giubileo, conducida por el juez federal doctor Héctor Heredia. De pronto, ante los ojos asombrados de los internos, la colonia fue invadida por inesperados visitantes. Jaurías de perros adiestrados husmearon los rincones. Un helicóptero sobrevoló el lugar buscando huellas. La policía se internó en túneles jamás explorados. Se revisaron sótanos y altillos con polvo de siglos. Las brigadas rastrillaron cada centímetro del predio. Se abrieron dos pabellones clausurados.

La familia de Cecilia, para activar la causa, contrató a un abogado, el doctor Marcelo Parrilli, quien señaló un dato extraño: la doctora había cargado el tanque del Renault el domingo por la tarde. Sin embargo, cuando lo revisaron frente a la Casa Médica, no tenía ni una gota de nafta. Otro dato llamativo: el paciente que fue a buscar a la doctora a la Casa Médica y la acompañó al pabellón 7 había visto salir un furgón funerario. Lógico: se llevaba el cuerpo de la paciente muerta. Pero también vio un coche negro con las ventanillas delanteras y traseras cerradas. Y la funeraria no sabía nada de ese coche.

El personal de la colonia fue interrogado minuciosamente. Pero los pacientes, esos mil doscientos pares de ojos, eran testigos mudos: muchos de ellos no podían expresarse. Y si lo hacían, ¿se podía confiar en la palabra de esos enfermos? El caso Giubileo encerró una paradoja: los que podían hablar, no sabían. Los que, quizá, supieran algo, no podían hablar.

La conexión política

Se hurgó en la vida sentimental de la médica, lógicamente agitada por tratarse de una mujer joven, hermosa y libre. Pero todos los involucrados soportaron la investigación sin que pudiera acusarse a nadie.

Cecilia Giubileo trabajaba, había empezado a practicar taekwondo, estudiaba canto y participaba en un coro de Luján. Tenía amistades en Torres, donde visitaba a una persona mayor conocida como "la abuela Bellido", una anciana muy querida en el pueblo y que era para Cecilia como una segunda madre. A veces visitaba a la doctora una ahijada de ocho años que solía quedarse a dormir. Esa noche debió haber ido la niña, pero Cecilia la hizo desistir. ¿Significaba algo todo esto?

¿Tenía que ver el pasado tormentoso del país con la desaparición de la doctora Giubileo? Se especuló con ello. Pablo Chabrol, su ex marido, no registraba antecedentes políticos, pero dos hermanos de él habían militado en el ERP y estaban en las listas de desaparecidos de la Conadep. El suegro, Pablo Pedro Chabrol, molestó a los militares con sus incansables gestiones para averiguar el paradero de sus dos hijos, por lo que también él fue detenido y castigado.

Pero la conexión política no avanzó porque no pudo hallarse una relación entre estos sucesos y la misteriosa desaparición de Giubileo.

Otras hipótesis tampoco prosperaron: se dijo que Cecilia pudo haber sido secuestrada para pedir un rescate. En su casa de la calle Humberto I, guardados en una caja de maicena, se encontraron 3000 dólares, sus ahorros. Pero nadie pidió rescate. La posibilidad de que algún paciente de la colonia la hubiese atacado fue desinflándose: ¿era plausible que un deficiente mental planeara un crimen con tanta precisión? Los más insólitos rumores se desataron: se dijo que Cecilia había sido vista cuando entraba en un castillo en Lobos; también mientras caminaba por una calle de Tucumán o de Trelew...

El factor Menguele

Poco a poco, el verdadero rostro de Open Door salió a relucir: había tráfico de órganos, se utilizaban enfermos como cobayos para experimentar nuevas drogas. La corrupción reinaba en un hospital en el que el 85% de los pacientes no habían sido visitados por nadie durante el último año, según reveló un estudio realizado por la socióloga Silvia Balzano, del Conicet, mucho después. La desorganización, el caos administrativo y la desidia hacían de Open Door un depósito de cobayos. Las evidencias eran abrumadoras: cuando se renovó el mobiliario se sobrefacturó la compra. ¡El Estado pagó por 25.000 sábanas, pero sólo ingresaron unas pocas!

La encuesta judicial, pero sobre todo las investigaciones de la prensa, perforaron las complicidades oficiales y la opinión pública.

Miles de pacientes habían pasado por la colonia sin que se registrara su alta o defunción. En el sumario interno, el director de la colonia alegaba que los pacientes solían escaparse. Pero uno de los "huidos" era parapléjico. ¿Por qué la tasa de mortalidad era tan alta? ¿Se realizaban en Open Door extracciones de córneas? ¿Se traficaba con plasma, que en aquella época se vendía a 60 dólares el litro? ¿Eran los mil doscientos pacientes de Open Door donantes involuntarios? ¿Se vendían riñones, hígados, córneas, de pacientes (¡vivos!) por quienes nadie protestaría? Cuarenta años antes, el doctor Menguele había hecho eso... en Auschwitz.

La conexión de este infierno con la doctora Giubileo no tardó en instalarse en la opinión pública. Si en su vida privada no se encontraban motivos para su asesinato, sólo había que sumar dos más dos: Cecilia había metido la nariz en un turbio mundo ilegal.

Se abrió un sumario por las irregularidades de la colonia, que incluían maltrato sexual hacia las enfermas y sospechas de rufianismo. Pacientes de Open Door habían quedado embarazadas y hubo apropiación de los recién nacidos. Algunos periodistas que investigaban el caso, como Enrique Sdrech, fueron amenazados. La BBC destacó un equipo encabezado por Bruce Harris, que realizaba una investigación sobre el tráfico mundial de órganos. Más de media hora de ese documental trataba sobre la siniestra realidad de la colonia. La repercusión de este programa de TV fue enorme. El Dr. Florencio Eliseo Sánchez, director del instituto, fue inculpado y detenido. Murió en la cárcel, sin haber revelado ningún dato que aclarara el misterio.

Una de las tantas preguntas sin respuesta es la siguiente: ¿por qué no se dragó el lecho de la laguna de Open Door? ¿Yacía en su fondo el cuerpo de la médica?

Noticias sobre el infame tráfico de órganos han aparecido muchas veces en estos últimos veinte años. Cecilia Enriqueta Giubileo permanece desaparecida. Nadie fue inculpado por su presunta muerte.

Alvaro Abos
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